Lo primero a entender, siguiendo con nuestra PRIMERA PARTE, es que el dolor siempre ha sido un aliado, y no un enemigo. Imagínense si no tuviésemos la capacidad de sentir dolor. Pasaríamos todos los días poniendo en riesgo nuestra integridad física, quemándonos nuestras manos al cocinar, cortarnos sin querer, hacer un sobreuso de alguna estructura física, jugar fútbol y no parar cuando hay una lesión, fracturarnos un hueso y seguir haciendo actividad, dañando nuestra columna y no prestar atención, etc. Como vemos, es importante que haya un aliado, un amigo, que nos diga, presta atención a lo que está pasando, o simplemente decirnos ¡DETENTE!
Podemos pensar entonces que nuestro “amigo” dolor es nuestra alarma interna que nos alerta a prestar atención y a detenernos cuando es necesario. Comparemos entonces el dolor con una alarma en nuestro hogar. La alarma nos alertará y sonará cuando alguien ingrese a nuestro hogar, generando un ruido fuerte y desagradable, despertándonos en medio de la noche, pero ahuyentando a los delincuentes. Pero, ¿qué sucedería si la alarma está mal calibrada y se vuelve demasiado sensible? Bastaría con que pasara un gatito por el frente de nuestra casa y activase la alarma nuevamente, generando con ello que despertemos en medio de la noche, cuando nos estamos duchando, o en pleno almuerzo familiar de fin de semana. De hecho, al estar tan sensible podría activarse sin que ni siquiera pasase alguien por nuestra casa y a lo mejor hasta el mismo viento podría activarla.
Al igual como funciona esta alarma, nuestros nervios en el cuerpo se pueden volver demasiado sensibles y envían señales de dolor a nuestro cerebro de forma continua. ¡El dolor excesivo se produce cuando los nervios del cuerpo se vuelven demasiado sensibles y se activan muy fácilmente! Y nuestro cuerpo quiere que esto suceda porque después de una lesión, necesitamos proteger el área dañada para su recuperación, por lo que el dolor nos hace tener mucho más cuidado con el área afectada.
Por lo tanto, en condiciones normales, si vamos caminando a pie descalzo y piso un clavo, obviamente se va a activar la alarma, dejaré de caminar y sanaré la herida en mi pie. Pero si los nervios están demasiado sensibles, ¡basta con que pise una alfombra y se gatille un dolor importante!
Para los Quiroprácticos, existen múltiples razones que pueden generar que existan trastornos y que los nervios sean demasiado sensibles. Cuando en tu columna vertebral se genera una SUBLUXACIÓN VERTEBRAL, ésta genera que la información que va hacia el cerebro y la información que viene desde el cerebro hacia otras estructuras, se vea afectada, generando consigo una mal función de nuestro sistema nervioso. Por lo que la labor de los Quiroprácticos es, en primera instancia es ajustar los segmentos vertebrales de la columna para poder normalizar el funcionamiento del sistema nervioso y en conjunto con ello, enseñarle al paciente las razones de por qué hay dolor y como poder disminuir la sensibilidad de nuestros nervios. Con todo esto, se generará que nuestra alarma pase de ser un enemigo, a un aliado y que vuelva activarse cuando corresponda.
En Más Quiropráctica hemos desarrollado protocolos de trabajo para poder generar una disminución en la sensibilidad nerviosa. Permitenos ayudarte a alcanzar esa meta y ajustar las subluxaciones vertebrales de tu cuerpo para que vuelvas a funcionar normalmente.